Algo para reflexionar.
Arantxa.
miércoles, 9 de mayo de 2007
martes, 8 de mayo de 2007
lunes, 7 de mayo de 2007
El permafrost y el Cambio Climatico
El permafrost es el suelo helado a cierta profundidad en las regiones cercanas a los polos (regiones árticas), aunque la parte superficial se puede deshelar.
Actualmente, el permafrost de las regiones árticas están disminuyendo día a día debido al cambio climático. Según un modelo de David Lawrence del National Center for Atmosferic Research en Colorado, predice que el permafrost superficial desaparecerá a lo largo de este siglo, aunque el más profundo permanecerá sin alterar por algún tiempo más. (el superficial habrá desaparecido en el 2100)
¿Qué consecuencias nos traerá esto?. Pues el impacto ecológico será enorme:
- Desestabilización de edificios y carreteras
- Bosques borrachos ( los árboles no podrán mantenerse verticales)
- Rutas migratorias de animales afectadas con todas sus consecuencias
- Impacto en las corrientes marinas del Ártico por el aumento del agua dulce
- El carbono atrapado en el permafrost (entre el 20 y el 60% del planeta) será liberado en forma de CO2 o metano
aumentando el efecto invernadero
¿Qué hacemos? ¿Qué queremos conseguir?
En este momento me viene a la mente el descubrimiento de ese planeta nuevo semejante a la Tierra. Se me antoja pensar que vivimos una película de ficción americana, sólo que esta vez, los extraterrestres que acuden a otro planeta a saquear sus recursos naturales somos nosotros, los terrícolas.
Arantxa.
Actualmente, el permafrost de las regiones árticas están disminuyendo día a día debido al cambio climático. Según un modelo de David Lawrence del National Center for Atmosferic Research en Colorado, predice que el permafrost superficial desaparecerá a lo largo de este siglo, aunque el más profundo permanecerá sin alterar por algún tiempo más. (el superficial habrá desaparecido en el 2100)
¿Qué consecuencias nos traerá esto?. Pues el impacto ecológico será enorme:
- Desestabilización de edificios y carreteras
- Bosques borrachos ( los árboles no podrán mantenerse verticales)
- Rutas migratorias de animales afectadas con todas sus consecuencias
- Impacto en las corrientes marinas del Ártico por el aumento del agua dulce
- El carbono atrapado en el permafrost (entre el 20 y el 60% del planeta) será liberado en forma de CO2 o metano
aumentando el efecto invernadero
¿Qué hacemos? ¿Qué queremos conseguir?
En este momento me viene a la mente el descubrimiento de ese planeta nuevo semejante a la Tierra. Se me antoja pensar que vivimos una película de ficción americana, sólo que esta vez, los extraterrestres que acuden a otro planeta a saquear sus recursos naturales somos nosotros, los terrícolas.
Arantxa.
SUBMISSIÓN
Submission (Sumisión) es un cortometraje del director holandés Theo van Gogh, realizado a partir del guión de Ayaan Hirsi Ali, entonces diputada de origen somalí del parlamento holandés. La película tiene una duración de 10 minutos y fue estrenada el 29 de agosto de 2004 en la televisión pública holandesa (VPRO).
El título del film es una traducción directa de la palabra «Islam». Se trata de una serie de breves monólogos de una mujer musulmana y devota (cubierta de los pies a la cabeza con unas ropas negras transparentes) que, mirando a la cámara con expresión suplicante, relata su experiencia cotidiana, sometida a a la sumisión y al maltrato físico de varones musulmanes, incluido el relato de la violación por parte de su tío. Mientras trascurre el monólogo, van apareciendo cuerpos de mujeres golpeados y tatuados con aleyas (versículos) del Corán, como metáfora del impacto físico que la doctrina islámica supone para las mujeres.
Muchos musulmanes percibieron esta denuncia del maltrato de las mujeres musulmanas como un insulto al Islam. Pero, incluso gente que compartía las preocupaciones de Hirsi Ali, dudaron de la eficacia del film en la medida que polarizaría las posiciones. Hirsi Ali, como guionista, sufrió amenazas diversas y los embajadores de Arabia Saludí, Malasia, Sudán y Pakistán solicitaron que se la expulsase del partido demócrata liberal al que pertenecía. El líder de este respondió que Hirsi Ali hablaba únicamente en su nombre y no en el del partido.
Tan solo unas semanas después de que la televisión retransmitiese el documental, su director, Theo Van Gogh, fue asesinado en plena calle por un islamista radical quien, en una nota clavada en el pecho del cadáver, dejó también graves amenazas hacia Hirsi Ali, estableciendo claramente la relación entre el documental y el crimen. Este hecho luctuoso otorgó fama internacional al film, que fue exhibido en algunas otras televisiones europeas.
FÁTIMA.
El título del film es una traducción directa de la palabra «Islam». Se trata de una serie de breves monólogos de una mujer musulmana y devota (cubierta de los pies a la cabeza con unas ropas negras transparentes) que, mirando a la cámara con expresión suplicante, relata su experiencia cotidiana, sometida a a la sumisión y al maltrato físico de varones musulmanes, incluido el relato de la violación por parte de su tío. Mientras trascurre el monólogo, van apareciendo cuerpos de mujeres golpeados y tatuados con aleyas (versículos) del Corán, como metáfora del impacto físico que la doctrina islámica supone para las mujeres.
Muchos musulmanes percibieron esta denuncia del maltrato de las mujeres musulmanas como un insulto al Islam. Pero, incluso gente que compartía las preocupaciones de Hirsi Ali, dudaron de la eficacia del film en la medida que polarizaría las posiciones. Hirsi Ali, como guionista, sufrió amenazas diversas y los embajadores de Arabia Saludí, Malasia, Sudán y Pakistán solicitaron que se la expulsase del partido demócrata liberal al que pertenecía. El líder de este respondió que Hirsi Ali hablaba únicamente en su nombre y no en el del partido.
Tan solo unas semanas después de que la televisión retransmitiese el documental, su director, Theo Van Gogh, fue asesinado en plena calle por un islamista radical quien, en una nota clavada en el pecho del cadáver, dejó también graves amenazas hacia Hirsi Ali, estableciendo claramente la relación entre el documental y el crimen. Este hecho luctuoso otorgó fama internacional al film, que fue exhibido en algunas otras televisiones europeas.
FÁTIMA.
"UN MILAGRO"
Acercarnos a las olas a la boca
para beber del mar
fue necesario.
La sal quemó la lengua, la garganta
se nos cubrió del gusto de la arena,
la espuma, los sargazos.
La sed ha remitido con el tiempo.
Todo sabe salado.
Pero detrás del mar, detrás, la escena nos revela la elipsis
que surge desde el húmedo milagro:
todos los peces vienen, debajo de las aguas,
a beber de unos labios.
(José Manuel Díez)
Un saludo, katy.
para beber del mar
fue necesario.
La sal quemó la lengua, la garganta
se nos cubrió del gusto de la arena,
la espuma, los sargazos.
La sed ha remitido con el tiempo.
Todo sabe salado.
Pero detrás del mar, detrás, la escena nos revela la elipsis
que surge desde el húmedo milagro:
todos los peces vienen, debajo de las aguas,
a beber de unos labios.
(José Manuel Díez)
Un saludo, katy.
domingo, 6 de mayo de 2007
Sin niños no hay futuro
Este es un artículo de Federico Mayor Zaragoza que fue director general de la UNESCO entre 1987 y 1999; actualmente es presidente de la Fundación Cultura de Paz y copresidente del Grupo de Alto Nivel para la Alianza de Civilizaciones.
La manera más eficaz de poner fin a la aventura humana consiste en privarnos de nuestros hijos a quienes los hemos engendrado. Eso es lo que hacen los partidarios de la guerra, cada vez que ponen en marcha su siniestra manera de arreglar los conflictos: se matan entre ellos y, con los daños colaterales de la guerra, matan a los ancianos, a los enfermos, a las mujeres y a los niños.
Matando a los niños, matan nuestro futuro.
Frente a ellos, nosotros, los partidarios de la cultura de paz, levantamos nuestras manos desarmadas, con los brazos bien abiertos, protegiendo a nuestros seres queridos, y con el corazón dispuesto a saludar y abrazar a todo aquél que arrojando las armas decida pasarse a nuestro campo de la paz, del lado del futuro que son los niños.
Nuestra divisa es muy simple: "perdonad nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores".
En caso de conflicto, es preferible perdonarse mutuamente a matarse el uno al otro, obstinándose en defender que todo el acierto es nuestro y que todo el error es del otro.
Hay que estar completamente loco para defender que las culpas no están compartidas en la mayor parte de nuestros conflictos. Si esto es verdad para nuestros asuntos personales, lo es en mayor grado para nuestos asuntos colectivos, que son los que afrontamos supuestamente para defender a nuestras familias y a nuestro pueblo, frente a otras familias y otros pueblos.
La mayor de las locuras consiste en preferir la razón de la fuerza a la fuerza de la razón. Éste es uno de los conceptos más fundamentales de la ética universal que promueve a través del mundo Federico Mayor Zaragoza que escribe
"En nombre de los niños muertos".
Un día y otro y otro, hasta hacerse rutina y dejar, por tanto, de ser noticia. Niños muertos como "efectos colaterales" de las acciones bélicas, de los "asesinatos selectivos" de Israel, de las reacciones terroristas de las milicias palestinas o los cohetes de Hezbolá. Niños muertos en Irak por los "insurgentes", por las fuerzas armadas propias o invasoras.
¿Cómo podríamos, por fin, detener la locura de la guerra e iniciar el siglo XXI sustituyendo la fuerza por el diálogo? Las emociones que he sentido y observado frente a la imagen de una niña acribillada me han hecho pensar que quizás sólo invocando a los niños muertos podría lograrse que todos, de un lado y otro, de una y otra creencia o ideología, estarían dispuestos a deponer las armas y sentarse alrededor de una mesa para intentar hallar soluciones pacíficas a sus conflictos.
En nombre de los niños muertos, pensando que podrían ser los nuestros. Quizás sólo así es posible que la sed de venganza, la animadversión, el rencor y el odio cedan espacio y voluntad a la conciliación. Sólo así las turbias manos que empujan la inmensa maquinaria bélica comprenderían que su tiempo ha terminado, que ya hemos pagado -en víctimas y divisas- el precio terrible de la guerra.
En nombre de los niños muertos. Hace unos días, Save the Children publicaba que en la actualidad hay 50 millones de niños afectados por conflictos armados. Y Unicef informaba sobre los miles que mueren diariamente de hambre, de desamor, de olvido. ¿Serán estas cuentas, estos datos, el recuerdo horrendo de niños esqueléticos o destrozados por la metralla, los que podrán movilizar a la gente, abriéndole los ojos y propiciando resueltamente la acción?
Acostumbrados a aceptar resignadamente "lo que pasa", atemorizados y esperando "a ver qué hacen" (los gobernantes, las instituciones nacionales e internacionales), solemos despertar de nuestro letargo únicamente cuando sucede algo realmente excepcional. Entonces la reacción está a la altura de la dignidad humana, del destino común. Miles y miles ofrecen ayuda generosamente, y otros, con las manos embadurnadas de chapapote del Prestige, facilitando los primeros auxilios a los damnificados del huracán Mitch o del tsunami del Índico, nos dan la medida de la solidaridad humana, de la capacidad de abnegación y desprendimiento. Y nos llenamos otra vez de esperanza.
Ha llegado el momento de no descansar. De no ser espectadores hasta que otro aldabonazo nos incite a saltar al escenario. Presencial o virtualmente, tenemos que movilizarnos para proclamar un no rotundo a la guerra, a la violencia. Y reclamar la rápida interposición de cascos azules y, todos sin excepción respetando la tregua, empezar a construir la paz bajo la tutela de las Naciones Unidas.
Transitar desde una cultura de imposición y fuerza a una cultura de conversación y entendimiento es más desacostumbrado que difícil. Porque desde hace siglos nos hemos dejado guiar -insisto siempre en ello- por una recomendación perniciosa aunque muy apreciada (en todas las acepciones) por los grandes consorcios armamentísticos: "Si quieres la paz, prepara la guerra". Y, como es lógico, hacemos aquello para lo que estamos preparados, dando la vida con frecuencia por causas bien ajenas a las nuestras.
No estamos acostumbrados a la paz, a construir la paz, a hacer la paz, las paces. Quizás si pensamos en los niños muertos seremos capaces de vencer la inercia de tantos años belicosos y beligerantes, y nos incorporemos a la construcción cotidiana de la concordia, de la paz.
Al iniciarse un proceso de paz, a veces interrumpido y casi siempre discurriendo por caminos tortuosos, he pensado en los centenares o miles de víctimas que se hubieran evitado si hubieran decidido -teniendo presentes a sus hijos- sentarse a dialogar mucho antes. Cuanto más pronto mejor, auxiliados por una Comisión de Conciliación que, dependiente del secretario general de las Naciones Unidas, debería hallarse permanentemente disponible. Es un sentimiento agridulce, porque este pesar ha ido siempre acompañado de la expectativa de que la andadura que comienza llegará un día a buen destino.
Israelíes y palestinos decidieron vivir juntos pacíficamente. Recuerdo cuando, en noviembre de 1987, visité a Yasir Arafat en la OLP cobijada en Túnez. "Debemos aprender a vivir juntos", repitió. Unos meses después, Simón Peres me decía con su contundente voz en Tel Aviv: "No hay otra opción: convivir en paz". Luego me reuní varias veces con Isaac Rabin. Era el que más decididamente promovía los Acuerdos de Oslo, incluida la cocapitalidad de Jerusalén. Se avanzaba en el proceso hasta que, un día aciago, una mano asesina le segó la vida. Como a John y Robert Kennedy. Como a Anuar el Sadat. Murió hablando de paz, no haciendo la guerra. En el recinto de la Unesco en París ubicamos la Plaza de la Tolerancia Isaac Rabin, con el monumento-olivo del gran escultor israelí Dani Karavan. Ojalá un día no muy lejano se pose en las ramas de su olivo la paloma de la paz que tanto anheló y procuró.
La inmensa mayoría de los palestinos y de los israelíes desean vivir en paz. Una sola condición: que todos los seres humanos valgan lo mismo. Esta radical igualdad en dignidad es el único requisito para la convivencia. En el hospital Haddasa, en Jerusalén, en una de mis visitas, alguien preguntó al director, en el departamento de neurología: "Aquella mujer a la que están tratando allí es palestina, ¿verdad?". El director respondió: "No sé. Aquí todos son pacientes".
Pues bien: todos iguales. Toda vida, toda muerte, el mismo valor. Para garantizarlo, unas Naciones Unidas reforzadas y dotadas de los recursos humanos, financieros y técnicos necesarios. Es la mejor garantía de futuro. Ya está claro que un grupo de países -G-7 o G-8- no puede encargarse de la gobernación del mundo. Y menos todavía, un poder hegemónico. Todos son necesarios, en cambio, para asegurar la eficacia del multilateralismo.
Ahora, ahora mismo, en nombre de los niños muertos, de los que se están matando o muriendo, parar de inmediato esta locura de los unos, de los otros y de los de más allá.
Cesar todo acto de violencia para detener esta infernal espiral de acción y reacción. "Los pueblos", a los que alude la Carta de Naciones Unidas en la primera frase de su preámbulo, no deben permanecer silenciosos por más tiempo, ni conformados, porque se trata del destino común de sus descendientes. Bien mirado, todos los niños del mundo son nuestros niños. No hay distinciones ni preeminencias. Cada niño vale lo mismo. Vale todo. Y, como en el hospital de Jerusalén, los niños no tienen nacionalidad ni color de piel.
Cuando todos los llamamientos a la mesura y a la conciliación han fracasado, tengamos la valentía de pensar en los niños muertos y en los nuestros, para que no muera ni uno más. Hay que movilizarse todos, utilizando todos los medios a nuestro alcance. Que nadie permanezca de espectador. Que nadie siga callado. Si no actuamos, si las asociaciones, ONG, instituciones de la sociedad civil no se implican decididamente y logran, en un gran clamor popular, parar la locura de la lógica de guerra -aunque les duela a los fanáticos, a los extremistas y a los que siguen beneficiándose de la ley del más fuerte-, habremos defraudado a los niños que confiaban en nosotros cuando les quitaron la vida.
Arantxa.
La manera más eficaz de poner fin a la aventura humana consiste en privarnos de nuestros hijos a quienes los hemos engendrado. Eso es lo que hacen los partidarios de la guerra, cada vez que ponen en marcha su siniestra manera de arreglar los conflictos: se matan entre ellos y, con los daños colaterales de la guerra, matan a los ancianos, a los enfermos, a las mujeres y a los niños.
Matando a los niños, matan nuestro futuro.
Frente a ellos, nosotros, los partidarios de la cultura de paz, levantamos nuestras manos desarmadas, con los brazos bien abiertos, protegiendo a nuestros seres queridos, y con el corazón dispuesto a saludar y abrazar a todo aquél que arrojando las armas decida pasarse a nuestro campo de la paz, del lado del futuro que son los niños.
Nuestra divisa es muy simple: "perdonad nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores".
En caso de conflicto, es preferible perdonarse mutuamente a matarse el uno al otro, obstinándose en defender que todo el acierto es nuestro y que todo el error es del otro.
Hay que estar completamente loco para defender que las culpas no están compartidas en la mayor parte de nuestros conflictos. Si esto es verdad para nuestros asuntos personales, lo es en mayor grado para nuestos asuntos colectivos, que son los que afrontamos supuestamente para defender a nuestras familias y a nuestro pueblo, frente a otras familias y otros pueblos.
La mayor de las locuras consiste en preferir la razón de la fuerza a la fuerza de la razón. Éste es uno de los conceptos más fundamentales de la ética universal que promueve a través del mundo Federico Mayor Zaragoza que escribe
"En nombre de los niños muertos".
Un día y otro y otro, hasta hacerse rutina y dejar, por tanto, de ser noticia. Niños muertos como "efectos colaterales" de las acciones bélicas, de los "asesinatos selectivos" de Israel, de las reacciones terroristas de las milicias palestinas o los cohetes de Hezbolá. Niños muertos en Irak por los "insurgentes", por las fuerzas armadas propias o invasoras.
¿Cómo podríamos, por fin, detener la locura de la guerra e iniciar el siglo XXI sustituyendo la fuerza por el diálogo? Las emociones que he sentido y observado frente a la imagen de una niña acribillada me han hecho pensar que quizás sólo invocando a los niños muertos podría lograrse que todos, de un lado y otro, de una y otra creencia o ideología, estarían dispuestos a deponer las armas y sentarse alrededor de una mesa para intentar hallar soluciones pacíficas a sus conflictos.
En nombre de los niños muertos, pensando que podrían ser los nuestros. Quizás sólo así es posible que la sed de venganza, la animadversión, el rencor y el odio cedan espacio y voluntad a la conciliación. Sólo así las turbias manos que empujan la inmensa maquinaria bélica comprenderían que su tiempo ha terminado, que ya hemos pagado -en víctimas y divisas- el precio terrible de la guerra.
En nombre de los niños muertos. Hace unos días, Save the Children publicaba que en la actualidad hay 50 millones de niños afectados por conflictos armados. Y Unicef informaba sobre los miles que mueren diariamente de hambre, de desamor, de olvido. ¿Serán estas cuentas, estos datos, el recuerdo horrendo de niños esqueléticos o destrozados por la metralla, los que podrán movilizar a la gente, abriéndole los ojos y propiciando resueltamente la acción?
Acostumbrados a aceptar resignadamente "lo que pasa", atemorizados y esperando "a ver qué hacen" (los gobernantes, las instituciones nacionales e internacionales), solemos despertar de nuestro letargo únicamente cuando sucede algo realmente excepcional. Entonces la reacción está a la altura de la dignidad humana, del destino común. Miles y miles ofrecen ayuda generosamente, y otros, con las manos embadurnadas de chapapote del Prestige, facilitando los primeros auxilios a los damnificados del huracán Mitch o del tsunami del Índico, nos dan la medida de la solidaridad humana, de la capacidad de abnegación y desprendimiento. Y nos llenamos otra vez de esperanza.
Ha llegado el momento de no descansar. De no ser espectadores hasta que otro aldabonazo nos incite a saltar al escenario. Presencial o virtualmente, tenemos que movilizarnos para proclamar un no rotundo a la guerra, a la violencia. Y reclamar la rápida interposición de cascos azules y, todos sin excepción respetando la tregua, empezar a construir la paz bajo la tutela de las Naciones Unidas.
Transitar desde una cultura de imposición y fuerza a una cultura de conversación y entendimiento es más desacostumbrado que difícil. Porque desde hace siglos nos hemos dejado guiar -insisto siempre en ello- por una recomendación perniciosa aunque muy apreciada (en todas las acepciones) por los grandes consorcios armamentísticos: "Si quieres la paz, prepara la guerra". Y, como es lógico, hacemos aquello para lo que estamos preparados, dando la vida con frecuencia por causas bien ajenas a las nuestras.
No estamos acostumbrados a la paz, a construir la paz, a hacer la paz, las paces. Quizás si pensamos en los niños muertos seremos capaces de vencer la inercia de tantos años belicosos y beligerantes, y nos incorporemos a la construcción cotidiana de la concordia, de la paz.
Al iniciarse un proceso de paz, a veces interrumpido y casi siempre discurriendo por caminos tortuosos, he pensado en los centenares o miles de víctimas que se hubieran evitado si hubieran decidido -teniendo presentes a sus hijos- sentarse a dialogar mucho antes. Cuanto más pronto mejor, auxiliados por una Comisión de Conciliación que, dependiente del secretario general de las Naciones Unidas, debería hallarse permanentemente disponible. Es un sentimiento agridulce, porque este pesar ha ido siempre acompañado de la expectativa de que la andadura que comienza llegará un día a buen destino.
Israelíes y palestinos decidieron vivir juntos pacíficamente. Recuerdo cuando, en noviembre de 1987, visité a Yasir Arafat en la OLP cobijada en Túnez. "Debemos aprender a vivir juntos", repitió. Unos meses después, Simón Peres me decía con su contundente voz en Tel Aviv: "No hay otra opción: convivir en paz". Luego me reuní varias veces con Isaac Rabin. Era el que más decididamente promovía los Acuerdos de Oslo, incluida la cocapitalidad de Jerusalén. Se avanzaba en el proceso hasta que, un día aciago, una mano asesina le segó la vida. Como a John y Robert Kennedy. Como a Anuar el Sadat. Murió hablando de paz, no haciendo la guerra. En el recinto de la Unesco en París ubicamos la Plaza de la Tolerancia Isaac Rabin, con el monumento-olivo del gran escultor israelí Dani Karavan. Ojalá un día no muy lejano se pose en las ramas de su olivo la paloma de la paz que tanto anheló y procuró.
La inmensa mayoría de los palestinos y de los israelíes desean vivir en paz. Una sola condición: que todos los seres humanos valgan lo mismo. Esta radical igualdad en dignidad es el único requisito para la convivencia. En el hospital Haddasa, en Jerusalén, en una de mis visitas, alguien preguntó al director, en el departamento de neurología: "Aquella mujer a la que están tratando allí es palestina, ¿verdad?". El director respondió: "No sé. Aquí todos son pacientes".
Pues bien: todos iguales. Toda vida, toda muerte, el mismo valor. Para garantizarlo, unas Naciones Unidas reforzadas y dotadas de los recursos humanos, financieros y técnicos necesarios. Es la mejor garantía de futuro. Ya está claro que un grupo de países -G-7 o G-8- no puede encargarse de la gobernación del mundo. Y menos todavía, un poder hegemónico. Todos son necesarios, en cambio, para asegurar la eficacia del multilateralismo.
Ahora, ahora mismo, en nombre de los niños muertos, de los que se están matando o muriendo, parar de inmediato esta locura de los unos, de los otros y de los de más allá.
Cesar todo acto de violencia para detener esta infernal espiral de acción y reacción. "Los pueblos", a los que alude la Carta de Naciones Unidas en la primera frase de su preámbulo, no deben permanecer silenciosos por más tiempo, ni conformados, porque se trata del destino común de sus descendientes. Bien mirado, todos los niños del mundo son nuestros niños. No hay distinciones ni preeminencias. Cada niño vale lo mismo. Vale todo. Y, como en el hospital de Jerusalén, los niños no tienen nacionalidad ni color de piel.
Cuando todos los llamamientos a la mesura y a la conciliación han fracasado, tengamos la valentía de pensar en los niños muertos y en los nuestros, para que no muera ni uno más. Hay que movilizarse todos, utilizando todos los medios a nuestro alcance. Que nadie permanezca de espectador. Que nadie siga callado. Si no actuamos, si las asociaciones, ONG, instituciones de la sociedad civil no se implican decididamente y logran, en un gran clamor popular, parar la locura de la lógica de guerra -aunque les duela a los fanáticos, a los extremistas y a los que siguen beneficiándose de la ley del más fuerte-, habremos defraudado a los niños que confiaban en nosotros cuando les quitaron la vida.
Arantxa.
Globalizacion, Ciencia y Tecnologia
Hola a todos/as. Aquí les dejo un texto de Francisco Piñón de un fragmento titulado Ciencia y Tecnología en América Latina: una posibilidad para el desarrollo.
"Las tecnologías de la información y las telecomunicaciones están provocando un profundo impacto en todos los sectores de la actividad humana, desde la producción hasta la educación y los servicios para la salud. La convergencia de tres áreas tecnológicas diferenciadas como la informática (las computadoras), las telecomunicaciones, y la transferencia y procesamiento de datos e imágenes, ha llevado a profundos cambios en la producción de bienes y servicios en las sociedades contemporáneas. Con base en todo ello, emergen las llamadas sociedades de la información y la teorización de la economía.
Ahora bien, el destino de nuestras sociedades están ineludiblemente ligado a las decisiones políticas que se tomen. Ciertamente, no estamos ante un incremento del modelo industrial de posguerra, sino ante una nueva realidad. Una realidad en la que no es fácil acceder a posiciones mejores, pero aún así tenemos una oportunidad. Los cambios generan nuevas posibilidades.
Por eso, algunos de los principales retos a afrontar como habitantes de la aldea global en la que vivimos son: cómo convertir información en conocimiento útil, y cómo inducir procesos de aprendizaje social del conocimiento."
Un buen campo de actuación ¿no creen?.
Besos. Arantxa.
"Las tecnologías de la información y las telecomunicaciones están provocando un profundo impacto en todos los sectores de la actividad humana, desde la producción hasta la educación y los servicios para la salud. La convergencia de tres áreas tecnológicas diferenciadas como la informática (las computadoras), las telecomunicaciones, y la transferencia y procesamiento de datos e imágenes, ha llevado a profundos cambios en la producción de bienes y servicios en las sociedades contemporáneas. Con base en todo ello, emergen las llamadas sociedades de la información y la teorización de la economía.
Ahora bien, el destino de nuestras sociedades están ineludiblemente ligado a las decisiones políticas que se tomen. Ciertamente, no estamos ante un incremento del modelo industrial de posguerra, sino ante una nueva realidad. Una realidad en la que no es fácil acceder a posiciones mejores, pero aún así tenemos una oportunidad. Los cambios generan nuevas posibilidades.
Por eso, algunos de los principales retos a afrontar como habitantes de la aldea global en la que vivimos son: cómo convertir información en conocimiento útil, y cómo inducir procesos de aprendizaje social del conocimiento."
Un buen campo de actuación ¿no creen?.
Besos. Arantxa.
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